Jugando a ser niños exploradores de montañas

Texto de Dani Orte. Fotos de Dani Orte y Alfonso Gallego

Tras la puerta acristalada de la entrada dos tipos descargan sus mochilas con sus esquís. Una de las trabajadoras del refugio sale a recibirles y les dice que si quieren comer algo tiene que ser ahora. En unos minutos saldrá el presidente del gobierno a anunciar el estado de alarma. Ellos cerrarán en breve. Los dos tipos somos nosotros, mi gran amigo Fon y yo.

Es viernes 13 de marzo, son las 14:20 horas y acabamos de concluir una travesía de 76 kilómetros y 6000 metros positivos en los que sólo en dos ocasiones hemos tenido contacto con otros seres humanos. Hemos abierto casi toda la huella desde que empezamos en la cabaña de Caillou de Saques hace 4 días.
Llevábamos días intentando encajar con calzador esta travesía en nuestros calendarios y los de Madre Naturaleza. Los nuestros coincidían estos cuatro días. La montaña había recibido varias nevadas acompañadas de fuertes viento los días previos e íbamos a encontrarla delicada. Riesgo 3 de aludes decían los partes de Meteo France. Pero una ventana de buen tiempo de tres días y un último más dudoso para escapar serán suficientes.

Lunes 9 de marzo.
Fon aterriza a mesa puesta para cenar en la casa que un amigo me ha prestado este invierno en Margudgued, al lado de Boltaña. Tenemos mucho que preparar y madrugamos mucho mañana. Mochilas en las que el gramo importa, y mucho, tracks precisos, escapes, alternativas, partes de aludes, orientaciones de los collados, cargas de batería para GPSs, teléfonos, frontales y ARVAs, comida para 4 días, saco de dormir, media esterilla cada uno, la ropa justa y necesaria, un exiguo botiquín…, todo hasta completar, con un litro de agua incluido, un peso total de mochila de 12 Kg.
Nos dan las 2 y pico de la mañana. A las 5:30 sonará el despertador.

Martes 10 de marzo:
Dejamos el coche de Fon en Fiscal, ya que no sabemos con exactitud por dónde saldremos, y vamos con mi furgoneta a cruzar el Portalet. Nieve reciente en la carretera y algunos ventisqueros auguran presencia de placas de viento en altura.
Comenzamos a las 9:00, directamente con esquís a pesar de estar apenas a 1400 mts. Comenzamos atravesando un abedular y posteriormente un largo valle que termina en lo alto del Col d’Arious (2259 mts.). Descendemos hasta el Lac d’Artouste y desde allí una remontadita más nos conduce al refugio de Arremoulit, donde comemos algo. Nadie en la montaña. Estamos completamente solos. Desde allí la pirámide pétrea del Palas, de casi 3000 mts, casi se puede tocar con la mano.
Ascendemos al Col d’ Palas. La media ladera que pasa por debajo del Pitón de Von Martín está cargadita. Pasamos con pieles, separados y rapidito. El Port du Lavedán nos obliga a calzar crampones. Allí ya se han caído la mayoría de las placas de viento, algunas dejando bloque de tamaño de coches. Aún así sigue dando yuyu. Descendemos la larga diagonal por debajo de las paredes sin poner peso en los esquís. Ligeros, rápidos, atentos, cuidándonos el uno al otro.
A partir de allí nos espera un largo descenso con nieve muy pesada y pegajosa hasta una pequeña cabaña que hay en el fondo del valle, a 1563 mts, en la que ya pasé una noche del verano de 2009 con mi perrita Llantia. Primer día concluido con éxito. Ambiente húmedo que penetra hasta los huesos. Los liofilizados entran solos. No cruzamos demasiadas palabras. Hay que recuperar el sueño atrasado y mañana viene el día más largo.

Miércoles 11 de marzo, 4:30 horas:
Dos tipos en una minúscula y austera cabaña se levantan, desayunan, empaquetan sus mochilas y salen en mitad de la noche sobre sus esquís hacia las alturas. La luna casi llena ilumina las cimas y su luz pronto de mezcla con la del amanecer, pero en el fondo del valle sólo los frontales nos muestran el relieve de la nieve entre huellas de distintos animales, ninguno humano.
El valle es larguísimo. Llegamos a la Piedra de San Martín (2295 mts.) a las 9:30 y allí comienza un largo flanqueo que nos hace poner primero cuchillas y posteriormente crampones, un poco más tarde de la cuenta quizá.
El Port du Cambales (2706 mts.) es uno de esos lugares menos transitados del Pirineo. El ambiente es realmente austero. Es maravilloso buscar la soledad y encontrarla tan cerca. La soledad que te hace sentir también el compromiso de tenerte que cuidar a ti mismo.
La primera parte del descenso es muy gozosa. No sabemos si mirar al horizonte de rocas que nos rodea o a la superficie de la nieve sobre la que nos deslizamos. Vamos parando para impregnarnos del momento. Al fondo del valle, en el bosque, aparecen las edificaciones de la ermita y el refugio de Wallón (1865 mts.). Cruzamos el caudaloso arroyo y paramos a comer algo. Hay algún excursionista y unos operarios que están reformando el refugio, que no atiende al público. Son las primeras personas que vemos en dos días. Hace mucho calor. Comemos rápidamente y seguimos nuestro camino.
Vamos ayudados por unas trazas de tres esquiadores que vienen del Col de Aratille (2528 mts.) Aunque sean de bajada, sus huellas nos muestran el camino. Es un valle amable, amplio, jalonado de pinos ancianos, solitarios y retorcidos por las ventiscas.
Tras este collado, tendremos que subir al Col des Mullets (2591 mts). Hacemos una diagonal descendente lo más alta que podemos, cruzando por encima alguna colada reciente. Decidimos no quitar pieles y acertamos. Hemos ganado tiempo y ahorrado energía. Un último empujón nos hace coronar al collado tras el cual aparece la otra cara del Vignemale. Allí comienza un descenso que sabíamos iba a tener una costra horrible. Yo particularmente me niego a intentar hacer un solo giro. Todo diagonales y vueltas maría. Fon baja con algo más de dignidad.
El refugio de Oulletes de Gaube (2152 mts.) nos recibe vacío, oscuro y helado. Fon directamente se tumba durante una hora. Se siente agotado y con la tripa revuelta. Yo le preparo un poco de agua caliente y ceno solo. Han sido 28 Km con 2200 mts. de desnivel positivo. 12 horas de esquí de montaña auténtico. El colchón nos absorbe.

Jueves 12 de marzo, 7:00 h:
Comenzamos el ascenso observados por la inmensa mole de la cara norte del Vignemale. Su roca cambia de color a cada paso que damos. Las nubes en altura y la nieve que sustenta nuestros pesos enmarcan un cuadro de trazos desgarrados. Gaube, La Y, el Arlaud-Soriac, cortan con violencia la continuidad de la gran roca. Recordamos cuando ambos, allá por la primavera de 2006 ascendimos, también en completa soledad, el Couloir de Gaube. En aquella ocasión la cascada era una inmensa sábana azul de hielo plástico fácil de escalar. Hoy día el glaciar ha retrocedido tanto que no la alimenta y no se forma.
La Horquette d’Ossue (2734 mts.) es otro lugar mágico, frecuentemente transitado, pero hoy solitario y silencioso. La única huella en la nieve, la nuestra. Paramos en el refugio de Baisellance que es, de los guardados, el más alto del Pirineo. Para variar, no hay nadie. Descendemos hasta poder hacer el flanqueo que nos conduce al magnífico circo de Ossue. Su ascenso es placentera. A ambos nos gusta subir cuestas, y más en este ambiente. Sentimos el corazón lleno de emociones.
Elegimos la traza más cómoda y más segura. El sol nos golpea primero y luego se esconde. Le necesitamos. Si no sale, encontraremos la nieve del corredor de la Moscowa demasiado dura para poderlo descender. Llegamos al Coll du Lady Lyster (3200 mts.) a las 12:15 h. Hace muy bueno. La nieve parece transformada. Creemos que podemos intentarlo.
Sin dilación pero no sin un poco de miedo entra primero Fon y después yo. Hacemos la primera diagonal y algún giro. La nieve está muchísimo menos asentada de lo que creíamos y asoman bastantes tiburones que nos hacen perder el equilibrio. Buscamos la entrada al estrechamiento que es el único paso difícil del descenso. Creemos que estamos bien situados, pero nos parece demasiado peligroso. Hay menos nieve de la necesaria y está poco asentada. Nos da miedo provocar un alud. Nos da miedo fallar y precipitarnos.
Al abrigo de un pequeño espolón de roca calzamos de nuevo las pieles y huimos hacia el collado. Abortamos misión. Arriba, un abrazo. Saber retirarse a tiempo es una cumbre que celebrar. Esa noche hubiéramos dormido en la cabaña del Cervillonar para cruzar a los Baños de Panticosa el último día. Tendríamos que seguir el plan B.
El descenso por el glaciar es mágico. Ambos abrimos los brazos como pobres humanos que soñamos con volar y descendemos haciendo amplios giros cargados de sensualidad. Paramos de cuando en cuando para que el momento no se acabe nunca. Pero somos habitantes del valle y hacia el nos dirigimos. El descenso más adelante es complejo. En un determinado punto, las Oulettes de Ossue se encajonan obligando al río a descender a grandes saltos entre las verticales paredes. El terreno es expuesto y difícil de transitar. Ponemos primero pieles, luego crampones, luego esquís y otra vez crampones. Sabemos que la nieve está apoyada sólo en hierba y tememos irnos con ella al fondo del barranco. Vamos con cuidado, eligiendo el mejor recorrido.
Finalmente llegamos al lago, y a la pequeña presa junto a la que hay una cabaña un tanto descuidada. La ventana está rota y hay algo de basura. La intención era dormir en la de Lourdes, una hora más adelante en nuestro camino, pero la presencia del sol es tentadora. Necesitamos sentarnos en la hierba y cenar con los pies descalzos.
Dormimos 11 horas con nuestra media colchoneta sobre el suelo de hormigón. Los huesos duelen y cambiamos de postura constantemente. Una tormenta eléctrica nos despierta por un instante.

Viernes 13 de marzo:
La nube está metida hasta el fondo del saco de dormir. Retrasamos el despertador una hora más. Desayunamos dentro del saco y finalmente salimos. Navegamos entre la información de un track y el recuerdo del relieve que estudiamos la tarde anterior desde la cabaña.
Nos encontramos de repente en el interior de un inmenso sandwich entre dos capas de nubes. El sol se cuela por momentos. Es como dar un salto y penetrar en una fotografía de Galen Rowell, con la textura que sólo la antigua fotografía analógica de diapositivas podía conseguir. Con la cámara del teléfono móvil no conseguiremos arrancar estos instantes como los hubiera arrancado con su Nikon F3 el mítico fotógrafo americano, pero como recuerdo de las sensaciones vividas nos valen esas instantáneas.
Ascendemos por el valle hasta penetrar al interior de una densísima nube en la que somos incapaces de distinguir nada. Tiramos de track. En el collado de Bernatuara (2338 mts.) sopla viento y no vemos ni a 5 metros. Descendemos hasta el ibón con las pieles puestas y lo vamos rodeando intentando encontrar el camino de verano. Miramos el GPS y casi nos entra un ataque de risa. Estábamos a punto de circunvalar completamente el lago. Cosas de la niebla.
Encontramos el escape con bastante esfuerzo y vamos esquiando muy despacio hasta que se acaba la nieve. Ahora sólo queda dejarse caer por los caminos que corren hacia el valle. El valle en el que nos encontraremos con un estado de alarma que nos obligará a recluirnos durante, ¿quién sabe cuanto tiempo? En nuestras casas.
Esta vez creo que voy a tener tiempo de escribir una artículo en el blog.

Gracias Fon por dejarte engañar en esta y tantas otras ocasiones.
Hemos vuelto a ser niños libres que juegan a ser exploradores de montañas.