LA MONTAÑA NO ES UN PARQUE DE ATRACCIONES Y NO DEBEMOS LLAMARLA ASÍ:

Artículo de opinión de Daniel Orte Menchero

 

 

Un parque de atracciones es un recinto cerrado de propiedad privada o pública, siempre gestionado por una empresa con ánimo de lucro. Normalmente hay unas taquillas a la entrada dónde el cliente puede comprar un pase que le permite disfrutar de todas las atracciones. Las atracciones suelen ser máquinas diseñadas para que los usuarios vivan sensaciones como el vértigo, la velocidad, o el susto. También hay, hoy día, atracciones basadas en la realidad virtual. A las atracciones las acompañan normalmente chiringuitos dónde se pueden comprar bebidas o comidas normalmente de las denominadas rápidas o basura. A un parque de atracciones se va unas pocas veces en la vida, normalmente en la infancia o en la adolescencia.
La montaña es, a primera vista, una elevación del terreno resultado de los esfuerzos compresivos que se generan por la tectónica de placas y cuya forma actual es también resultado de la acción de los agentes modeladores del terreno como son el viento, la lluvia, el hielo o la simple alternancia de frío y calor.
La montaña es también un agente regulador del clima global del planeta ya que tiene una afección muy importante sobre la dinámica de los vientos. Es también, después de los casquetes polares, la mayor reserva de agua dulce del planeta. Las montañas son los lugares dónde nacen los ríos que surcan los continentes y vertebran la vida de sus habitantes.
Las montañas son también unos ecosistemas que, cual islas en el océano, albergan formas de vida muchas veces endémicas relícticas. En ellas encontramos infinidad de especies que fueron comunes en extensos territorios durante los periodos glaciares y que hoy sólo se encuentran en las más altas cotas. Son ecosistemas frágiles terriblemente afectados por la fuerza de la gravedad y por la rudeza del clima.
Las montañas son también culturas. Son culturas que, sin contacto entre ellas, han adoptado formas de relacionarse con el entorno y sobrevivir similares. Sólo hay que viajar por aldeas del Atlas, de los Andes o del Himalaya para darnos cuenta de que sus gentes han llegado a formas similares de aprovechar sus recursos para poder habitar en ellas.
Las montañas son también paisajes. Son paisajes percibidos por los seres humanos que los habitamos o los visitamos. Son paisajes que reciben nuestras aportaciones. Aportaciones hechas con sensibilidad que los enriquecen o aportaciones hechas con torpeza que los empobrecen. El paisaje de la montaña es el espejo de la sociedad que lo habita, lo visita, lo mima o simplemente lo consume.
Las montañas son paisajes que desde el romanticismo han generado curiosidad en el ser humano. Curiosidad a veces científica, a veces estética, también espiritual. Las montañas son paisajes que han hecho que crezcamos como personas, que nos conozcamos más a nosotros mismos. Ya sea a través un sencillo paseo por pastos de alta montaña o viviendo las más difíciles escaladas el ser humano se ha hecho preguntas y se ha mirado a sí mismo. Y muchas veces ha crecido.
Decir que la montaña es un parque de atracciones es banalizar todo lo que significa la montaña y es también banalizarnos a nosotros mismos. Si llamamos parque de atracciones a una montaña, a una cordillera, estamos asumiendo que hemos comprado un pase en una taquilla que nos da derecho a todo. Y no es así. Si llamamos parque de atracciones a las montañas que tanto decimos amar estamos diciendo que lo que sentimos por ellas es un amor que se compra, se usa y se tira.
Creo que debemos medir nuestras palabras, aunque sean simples post en redes sociales. Más aun quienes somos profesionales de estos paisajes, que pasamos en ellos tanto tiempo. Nuestro tiempo de trabajo y nuestro tiempo de ocio. Creo que no nos debemos quedar en la superficie. Hay algo importante más adentro. Hay contenido, y ese contenido será lo que a la postre prevalezca. Pero requiere reflexión y esfuerzo. Pero requiere tiempo.

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