TERRITORIO COMANCHE, del infierno al gozo

En septiembre de 2001 estuve en la Pared Sur del Pico Abadías. Fui con Juan Luís Monje, un gran escalador de la zona centro. En 1993 fue mi profesor en mi primer curso de escalada en Los Galayos. Yo me dejaba llevar. Estuvimos dos días en el precioso vivac del Ibón de Cregüeña. Hicimos el primer día la Montse, y el segundo día una de las primeras repeticiones de la Territorio Comanche, 250 mts, ED- (7a, 6a+ obl), la última vía que se había abierto en la pared, poquitos meses antes, en pleno invierno, por Jordi Corominas y Jordi Tosas.

Juan Luis estaba en un gran momento de forma y yo estaba viviendo uno de los momentos más tristes de mi vida. Fui toda la vía de segundo. Creo que entramos por la Directa. Recuerdo también que en la parte superior del segundo largo, Juan Luís se descolgó para recuperar algo de material que le faltaba. El resto de la vía fue saliendo mejor. Recuerdo en especial el segundo largo como un infierno. Yo no sabía como escalar eso ni con la cuerda por delante. Se me quedó grabado a fuego como un largo imposible, y el recuerdo acabó transformándose en un reto para el futuro.

El viernes pasado, a las 7:30 de la mañana, partimos Gume y yo desde Los Baños de Benasque para escalar de nuevo esa vía. En este caso era mi gran amigo Gume quién se dejaba llevar.

Gume y yo venimos de dos mundos que son el uno la antítesis del otro. Yo vengo de las cimas nevadas y las crestas del Pirineo y el de los bordillos calientes de San Bartolo, allá por Tarifa. El viene de las cintas expres y el grado y yo de los fisureros y el romanticismo del alpinismo clásico. Pero la vida nos ha hecho confluir, gracias a la que hoy día es su socia y mi pareja, para contaminarnos mutuamente con nuestros sueños e ilusiones.

Sabía que iba a ser el pateo más grande que Gume había hecho en su vida, y que nunca había escalado por encima de 3000 metros. Intuía que incluso sentiría ese poquito de mal de altura que a veces nos dan los tresmiles. Pero sobre todo sabía que iba a disfrutar.

Llegamos a la base de la pared a la vez que el sol, exactamente a las 12. El frío se tranforma en cálida caricia en la espalda. Yo me pido el segundo largo, esos 50 metros de escalada atlética y fina, de piezas pequeñas y muy pequeñas, de tensión constante, que es, sin duda, el largo clave de la vía. Un largo que según el croquis que mires puede ser desde 6b hasta 6c. Ese largo que me pareció en su día inhumano. A Gume le tocan a cambio el liso diedro de entrada (7a) y el larguísimo diedro magnífico del tercer largo.

Gume encadena con gran finura su largo, y eso que lleva los gatos cómodos. Yo paso por allí pisando un par de clavos, con mi mente puesta en el segundo largo, aquel infierno de 2001, este reto de 2017.

¡Y lo encadeno!. Llego a la reunión con el arnés completamente vacío. Sólo unos pocos fisureros cuelgan del portamaterial, y me queda un cordino con el que monto la reunión. 16 años después el infierno se convirtió en gozo. Lo he encadenado a pesar de que los cerrojos de dedos de la parte superior tuvieran hielo. No quepo en mi de alegría.

A partir de allí me importaba todo bastante poco. Había tachado ese renglón de la lista de las pequeñas ilusiones.

Terminamos la vía, rapelamos todo lo rápido que podemos, y bajamos al coche a las 11 de la noche. Lo primero llamar a Anita, la que es su socia y mi pareja, decirle que estamos bien, que se le quite la preocupación que seguro tiene, y que nos pida un par de platos combinados en el bar dónde nos espera en Castejón de Sos. ¡Hay que celebrarlo!

Texto de Daniel Orte. Fotos de Daniel Orte y Gume Escalona