El verano de un Guía de Montaña en el Pirineo (2021)
Artículo de Daniel Orte Menchero
Desde el jardín de mi casa ya se diferencia a primera vista el hayedo del pinar. Comienza la orgía de colores del otoño. Los insectos del verano siguen con sus coros por las tardes mientras llueve día sí, día no, y ya hemos encendido la chimenea de casa.
Acaba de empezar el otoño y es momento de ralentizar el ritmo y echar la vista atrás para dejar que se asienten las vivencias de este verano de trabajo en el Pirineo. Es necesaria la pausa para que el ritmo frenético de la vida no me haga pasar por encima de mis recuerdos sin dejarme aprender nada. También es necesario dedicar un pensamiento a las personas con quienes he compartido esas vivencias. Si no paramos de vez en cuando, no vivimos la vida. La vida nos vive a nosotros.
Me siento muy afortunado. Aunque precaria económicamente, inestable a lo largo del año y peligrosa, mi profesión es muy bella. Suelo decir que mi trabajo consiste en hacer sonreír a la gente en las montañas. Es lo que empecé a hacer en 2001 y, con algunos descansos, sigo haciendo en 2021.
Este verano he podido acompañar a muchas personas a lugares maravillosos. En muchos de ellos ya había estado antes. En otros no, y he podido compartir esa emoción del descubrimiento con esas personas. Creo en realidad que vivo estos momentos con el doble de intensidad ya que, además de seguir emocionándome con los paisajes, me emociono también con la emoción de aquellos a quienes conduzco a esos paisajes.
Este verano he acompañado a personas maravillosas a hacer realidad sueños que tenían claro querían cumplir. Este es el caso de mi querido Christian, a quién le di las alas necesarias para recorrer, en itinerario circular, partiendo del lado español y realizando dos vivacs, la Corona completa del Vignemale, con sus 13 tresmiles. Con el fueron también las 2 puntas del Midí d’Ossau, alguna escalada en el Anayet o en la Aguja de Bachimaña y un intento valiente a los 15 gendarmes del Alba. El Pitón Von Martí, en el Palas, fue la guinda del que quizá ha sido su más fructífero verano pirenaico. ¡Gracias desde aquí, compañero, por tu amistad y tu lealtad!
He lidiado con el vértigo de Manuel y entre los dos le hemos vencido, realizando su primera escalada de varios largos. Con el y sus amigos Marina, Marta y Carlos pudimos también adentrarnos en otro Pirineo cargado de cultura e historias humanas, recorriendo con gozo cada uno de los senderos y collados de la Ruta de las Golondrinas, en el Pirineo Occidental.
Para quienes no tenían sueños concretos, pero sí ganas de adentrarse en ese mundo mineral, frío, solitario y casi terrible de los últimos glaciares pirenaicos, he tenido la suerte de crear esos sueños y convertirlos en itinerarios realizables. Hemos podido tocar glaciares tan míticos como el que aún habita en la cara norte del Monte Perdido, haciendo una preciosa travesía desde Pineta hasta la Pradera de Ordesa, bajando por la Faja de las Flores. Estoy seguro de que Pablo y Zule no olvidarán esas cuatro tormentas seguidas, vividas desde el confort de la tienda de campaña.
También pude acompañar a un divertido grupo de valientes que querían probarse en uno de los más duros trekks pirenaicos que un día inventé, sin saber bien para quién. Con ellos ascendimos Posets, Perdiguero, Aneto, y unos cuantos collados más, como quién dice, del tirón, acumulando desniveles, cansancio, y algún que otro dolor. La soledad de los collados, la austeridad de los desiertos de piedra, los juegos de luces bajo las nubes, la precariedad de los últimos glaciares agazapados en las laderas que se esconden del sol y las risas de las tardes en los refugios, compensaban cualquier sufrimiento del día. ¡Y lo pudimos completar todos, a pesar de que lo llegamos a dudar!
El Balaitous volvió a vernos. Primero con mi amigo Lagar, con quién hicimos las crestas de Diablos y Costerillou en el día, y después con Cristine y Alberto, con quienes compartí un bellísimo amanecer en la misma cima de esta emblemática montaña, tras un vivac junto al histórico abrigo Machaud.
El Midí d`Ossau tampoco se ha librado de 4 visitas este verano. A Christian, Jesús, Silvia, Ángel e Iltze les acompañé por ese recorrido tan clásico, largo y bello que es la travesía de las dos puntas por la arista de Peyreget. Y con el siempre dispuesto a ser engañado Nacho, pude hacer realidad uno de mis sueños: esa 99 de Bellefon, esa mítica ONO.
También tuve algún alumno nuevo a quién enseñar cómo subirse por las piedras y me reencontré con algún antiguo alumno que me pidió ir a escalar, pero por favor, alternando largos. ¡Qué alegría produce ver progresar a un alumno, Fran!
A mi querido Gredos también regresé. Una integral María Luisa – Torreón en los Galayos acompañando a ese descubrimiento que ha sido Carlos, una visita al Torozo, y una última escalada Galayera con Miguel y Cristobal pusieron fin a mi verano de trabajo.
Pero el verano es corto y no tiene días suficientes para repartir. Han sido pocas las oportunidades que he tenido para compartir la montaña con la persona que más me apoya. A Ana, a mi Anita, le debo tantos días de montaña que necesitaría otro verano entero para ella. Apenas algunos paseos, algunos días de deportiva y unas escaladas en Anayet, Panticosa o el Pène Sarrière. Le debo tanto Pirineo…
Desde aquí os quiero dar las gracias a todas las personas que habéis compartido estos maravillosos días en la montaña durante este verano. Gracias por vuestra confianza y por ser como sois. Nos vemos… ¿este invierno?
Qué relato resumen más lindo que has escrito desde el corazón. Si es que contigo se pasa de cliente a amigo. Y esa Anita olé olé!!